domingo, 28 de noviembre de 2010

Ego te absolvo a peccatis tuis.

 Hoy me ha sucedido algo curioso. A veces ocurren cosas repentinas, de ésas que te dejan con sonrisa  impávida y que no son ni especialmente buenas, ni tampoco horripilantes. Son hechos.
Y el hecho es que hoy me he convertido en Tomás de Torquemada. De repente, he notado como mi piel se replegaba sobre sí misma a la altura de mi gaznate, como se redistribuía mi pelo dejando al aire una aureola en el mismísimo cogote y como me crecían unos cojones como al caballo de Santiago.
Resulta que hoy me ha tocado la papeleta de administrar "perdón".

Llevo toda la mañana reflexionando acerca de lo que me ha ocurrido y he llegado a la conclusión, de que a veces cuando perdonas, no lo haces de corazón. Yo hoy no lo he hecho de corazón, por eso me he convertido en un Torquemada visceral y aséptico al dolor ajeno. Hoy he perdonado por egoísmo. Por tener la conciencia tranquila. Por estar en paz conmigo misma. Porque "por mí, que no quede". Lo he hecho por mí y por mis compañeros, para redimirme de culpa propia y externa. Para vivir tranquila en mi reducto de paz que nadie tiene derecho a perturbar.

Eso sí. Tengo la absoluta certeza de que tampoco me han pedido perdón de corazón, sino por puro interés. Del mismo modo que sé con total seguridad que no será la última vez, pero lo que sí es seguro, es que sí es mi última vez ejerciendo de Torquemada, que el papel le viene grande a cualquiera.

Al final, todo es una pantomima para vivir más tranquilos. Pensando en que somos benévolos y hacemos las cosas bien. Menuda mentira. Pero si uno no es sincero con su actitud de enmienda, ¿hemos los demás de serlo?

Ahí queda la filosofada dominical.

R.

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