Te yergues ante mí desconocido,
pero indiscutiblemente mío.
Alteras esa infinítupla parte de un yo,
que al final de este día,
será lo que quedó de ayer
y lo que quedará tras mañana.
Un ansia insaciable e innúmera,
pavorosamente minúscula,
de ser yo misma en tí,
mi otro yo.
Un anhelo que me sabe a pasar hambre,
necesidad latente de un nosotros.
Te yergues ante mí,
cortejándome con los ojos.
Correspondiéndote los míos.